Tuma Intendente

viernes, 3 de agosto de 2012

Fernando Lugo perjudicó como nadie a la Iglesia Católica


A esta altura de los acontecimientos, ya no es un secreto para nadie que las adhesiones que Fernando Lugo cosechó entre los independientes en la campaña electoral que le permitió su acceso al poder el 20 de abril del 2008, se debieron a la credibilidad que el entonces candidato despertaba en la ciudadanía por su condición de religioso y exobispo de la Iglesia Católica. Quienes votaron por él estaban hastiados de más de seis décadas de mal gobierno y corrupción de sucesivos gobiernos colorados. En su buena fe, suponían que, dados los antecedentes del candidato como exjerarca del catolicismo, durante su gestión al menos estaría garantizada una administración relativamente honesta. Sin embargo, meses más tarde ya cundió la brutal decepción.
A esta altura de los acontecimientos, ya no es un secreto para nadie que las adhesiones que Fernando Lugo cosechó entre los independientes en la campaña electoral que le permitió su acceso al poder el 20 de abril de 2008, se debieron a la credibilidad que el entonces candidato despertaba en la ciudadanía por su condición de religioso y exobispo de la Iglesia Católica.
Quienes depositaron su voto por él en aquellos comicios estaban hastiados de más de seis décadas de mal gobierno y corrupción que legaban los sucesivos gobiernos colorados. En su buena fe, suponían que, dados los antecedentes del candidato como exjerarca del catolicismo, durante su gestión al menos estaría garantizada una administración relativamente honesta. De hecho, al asumir el poder, aquel 15 de agosto de 2008, fue eso lo que Fernando Lugo prometió: “La austeridad será el signo del nuevo tiempo”, sostuvo en su discurso inaugural.
Sin embargo, meses más tarde cundió la brutal decepción. Presionado por una demanda judicial, y tras varios días de haberse ocultado de la ciudadanía para evitar rendir cuentas de sus indecorosos actos, Lugo se vio forzado a admitir que había mantenido una relación amorosa con una dama, fruto de la cual había nacido un niño que por entonces contaba con dos años de edad. Es decir, el menor había sido concebido cuando él aún ostentaba la dignidad episcopal, no estaba suspendido a divinis por la Santa Sede ni había sido reducido al estado laical.
En un intento por justificar su inmoral conducta, en abril de 2009 Lugo manifestó que eso era un “perfil de su cultura”, pretendiendo encontrar la disculpa ciudadana en el hecho de que el tipo de indignas acciones en que él había incurrido sería, según su criterio, algo relativamente común en la sociedad paraguaya. Así, con esta vulgar excusa volvió a injuriar a esa ciudadanía que había depositado su confianza en él.
Más adelante, cada vez que sus seguidores luguistas pretendían vanamente atenuar la responsabilidad del exprelado alegando que se trataba de un caso aislado, y que no correspondía evaluar la gestión del mismo por sus fragilidades humanas, surgían ante la opinión pública nuevos escandalosos casos de filiación no reconocida por parte del entonces presidente, el último de los cuales fue publicitado a comienzos del pasado mes de junio. En esta oportunidad, se descubrió que había tenido un hijo con una enfermera de San Pedro cuando él era obispo en funciones de ese departamento.
Como consecuencia de estos desafortunados y vergonzosos hechos, la credibilidad de Fernando Lugo se vino muy abajo y su gestión quedó signada por ellos.
Por otra parte, una consecuencia muy importante, demasiado importante, de la inmoralidad de Lugo es también la concerniente al enorme daño infligido a la imagen de la Iglesia Católica: se puede afirmar que nadie en tan poco tiempo perjudicó tanto a esa milenaria institución, profundamente arraigada en la sociedad paraguaya. La inconducta de Fernando Lugo significa un daño difícil de reparar para la imagen de la Iglesia.
En declaraciones formuladas hace algunas semanas a la prensa, el obispo Mons. Zacarías Ortiz reconoció públicamente que la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) tenía conocimiento de los casos de paternidad no reconocida de Fernando Lugo desde, al menos, el año 2006. “Inclusive antes de ser obispo ya había noticias por lo visto, y los superiores no se dieron cuenta”, manifestó el prelado.
Es evidente que si la jerarquía eclesiástica paraguaya hubiera informado en su momento sobre la verdadera personalidad del hombre que buscaba erigirse en Primer Mandatario, los electores hubieran tenido la posibilidad de juzgar como correspondía el perfil inmoral de Fernando Lugo, cabiendo la posibilidad de que nunca hubiera llegado a ser presidente de la República, ahorrando al país los amargos momentos que su gobierno significó y significa, y librándose la Iglesia del descrédito generalizado que le produjo.
Resulta paradójico que aún hoy algunos referentes de la CEP defiendan públicamente a su excolega y exalten su desastrosa gestión gubernativa. Por lo visto algunos prelados tienen frágil memoria y consideran que el caso de Lugo no tuvo ningún impacto perjudicial en la credibilidad de la Iglesia Católica a la que ellos representan.
¿Qué es lo que defienden del expresidente? ¿Qué lamentan de su partida? ¿Qué es lo que deja de hacerse porque se fue? Deberían considerar más atenta y acabadamente la encuesta publicada días pasados por nuestro diario, según la cual más de la mitad (50,3%) de los compatriotas que votaron por Fernando Lugo en 2008 dijeron que nunca lo volverían a hacer.
Algunos pastores parecen ignorar que el caso de Lugo dio pie para que los enemigos de la religión católica denigren a la Iglesia, y ridiculicen a esta institución a lo largo y ancho del mundo, valiéndose del caso de un obispo ensotanado que dejó un tendal de hijos concebidos en su época de actividad pastoral. Deberían entender que existen momentos de la historia de una nación en que la mejor contribución que uno pueda hacer a la tranquilidad de los espíritus es guardar silencio.
El mal hecho por Fernando Lugo a la Iglesia a la que aún se supone ha de pertenecer es inconmensurable y quedará grabado en la historia en forma irreversible. Es de esperar y desear que la jerarquía eclesiástica sepa aplicar los remedios espirituales que sean indispensables para mitigar sus perniciosos efectos.

Fuente: ABC color